Esos “pequeños grandes” archivos

Esos “pequeños grandes” archivos

A todos los “pequeños-grandes” archiveros

Cuando comencé a interesarme por la archivística como disciplina científica y profesional no cabe la menor duda que tenía en los grandes archivos mi punto de mira. El Archivo Histórico Nacional o cualquiera de los centros archivísticos estatales se convirtieron, como puede suceder a cualquier ansioso principiante, en el objetivo a alcanzar. Trabajar con esos volúmenes documentales generados por las grandes instituciones del Estado, en tanto en cuanto dibujan la organización administrativa del país, atesoran la Memoria de un pueblo y son depositarios de los Derechos -con mayúsculas- de los ciudadanos de un territorio, se me antojaba un seductor y atrayente reto profesional.

En el

En el “pequeño” archivo histórico de la Sociedad Científica El Museo Canario se conservan fondos tan “grandes” como el generado por la Inquisición de Canarias.

Pero, como dice la canción, “… la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!…” Y así fue… frente a todas la expectativas contempladas a priori, accedí a uno de esos que denominamos “pequeños archivos” de carácter local que, además no constituía ni la única ni las más importante sección de la institución museística en la que se insertaba, razón por la que su pequeñez crecía aún más ante una mirada admirada y empañada por la imponente imagen ofrecida por aquellos otros grandes y deslumbrantes archivos. Ese “pequeño” fue una gran sorpresa… la mejor de las sorpresa; pero, sobre todo, fue un exquisito descubrimiento.

Descubrir que los “pequeños” archivos tenían grandes cosas que decir, que contar y que aportar fue el mayor de los hallazgos. Porque sí:

todas las unidades de archivo encierran grandes sorpresas.

Sólo el hecho, entre otros, de que el material que se custodia en ellos sea único e irrepetible debe hacernos olvidar otras variables como sus dimensiones físicas, la más o menos imponente imagen de sus depositos o su radio de acción e influencia territorial. Lo que contiene cada archivo es tan exclusivo y tan lleno de vida que la tan habitual necesidad de cuantificarlo todo no nos debe oscurecer el verdadero valor que presentan. Pocos archivos en España pueden soportar una comparación con los grandes gigantes del sistema archivístico estatal, ni en presupuesto, ni en dotación de personal, ni en posibilidades de expansión, ni en casi nada. Y digo casi, porque en lo que seguramente sí aguantaríamos un puslo sería en ganas, voluntad y apasionamiento con el que se trabaja. Por esta razón, los “grandes” -que no dudo que también tengan problemas que es necesario solucionar- pueden ser el ejemplo a seguir, pero el verdadero panorama hispano en esta materia está animado y existe gracias a la aportación constante e incansable de esos “pequeños-grandes archivos”. Pequeñas entidades municipales, fundaciones modestas, archivos de museos locales como en el que trabajo o centros y asociaciones privadas, desde sus unidades archivísticas contribuyen día a día a hacer crecer la disciplina archivística. Con poco presupuesto, con menos personal, con casi ningún medio material, enfrentándose desde la base con la irrupción de la adminsitración electrónica, desde esos “pequeños archivos” se consiguen grandes logros y nos hacemos cada día más visibles.

Por todo ello, si empezábamos con las sorpresas que nos da la vida a través de la música de Rubén Blades, terminaremos con aquello de que “…la vida es una tómbola…”, porque a mí, sin duda, en esa tómbola del mundo a la que cantaba la también pequeña-gran Marisol-Pepa Flores, me ha tocado un gran premio: un pequeño-gran archivo. Porque un archivo no es grande sólo por su tamaño, sus metros lineales o su repercusión mediática. Todos los archivos son grandes, porque todos encierran parte de nuestra memoria, nuestros derechos y nuestras historias. En manos de nosotros, los archiveros –con la pequeña ayuda de los gestores-, está el darles su verdadero valor y no dejarnos abrumar, aunque sí inspirar -porque esto no debe ser un David frente a Golitat-, por aquellos otros gigantes de los que, desde luego, tenemos que aprender adaptando ese aprendizaje a nuestras posibilidades… pero los “pequeños” también existimos e incluso, ¡claro que sí!, también tenemos mucho que enseñar.

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